lunes, 2 de mayo de 2016

2/2 "Gula"

Mario se desplomó sobre la mesa, exhaló el último suspiro, y su boca quedó contraída en una enorme mueca de satisfacción, de hombre pleno, había muerto comiendo el mejor plato que había probado en su vida y se lo había acabado todo.
Él vivía solo, no hablaba con sus vecinos, pero el misterioso olor que manaba por las ranuras de la puerta e invadía la tercera planta del número 26 de la Calle Serrano fue lo que llamó la atención de Doña Concha, una entrañable anciana con principios de demencia, que había recordado que 911 era el número de teléfono de la policía y les había comentado los extraños olores de la casa de su vecino.
Tras las comprobaciones pertinentes, la Policía Judicial, acompañada de miembros del S.A.M.U.R., y el forense entraron preparados para ver levantar el cadáver pero encontraron una escena dantesca.
Dos de los policías más jóvenes no pudieron controlarse y salieron a vomitar a las escaleras, ante el asombro de varios vecinos. El Subinspector miraba atónito el escenario y paseaba su mirada de Mario a la mesa y de la mesa a Mario atando los hilos de aquella historia grotesca.
¿Cómo podía pasarle aquello a una persona tan joven? Incluso, ¿cómo podía pasársele a nadie aquello por la cabeza? El Subinspector Álvarez estaba sorprendido ante la brutalidad del hecho en si, el impacto de la imagen – que estaba seguro de que le acompañaría en las terribles noches de pesadillas – había sido brutal.
El forense, pese a haber visto casi de todo, también parecía sorprendido. Él calificaba la escena como “algo de película” y meneaba la cabeza mientras tomaba muestras diversas y calculaba la hora en la que Mario había dejado de respirar.
La autoridad judicial, con la orden de levantamiento del cadáver, miraba impactado la escena. Había acudido a muchos escenarios a dar la orden pero estaba perplejo en aquella ocasión, asqueado hasta la nausea trató de agilizar los trámites tapándose la nariz con un pañuelo de tela empapado en colonia Brummel.
Todos los presentes estaban asqueados y estupefactos. Por norma general, aquello era lo último que una persona en su sano juicio haría. El forense certifico la hora de la muerte, y explicó que tendría que tomar muestras del contenido del estómago pese a que todos los presentes – incluido el mismo – estaban seguros del contenido.
– Es una patología muy rara pero hay casos documentados, en fin, es muy puntual que los caníbales hagan esto, pero alguno que otro se ha autofagocitado a si mismo. Lo increíble es todo lo que pudo comer, debió sufrir unos dolores inmensos, este hombre sin duda alguna estaba muy perturbado o decido. No sé qué será peor. Lo dejaré registrado para los anales de la historia, es lo más raro que he visto en diez años y no creo que nada lo supere. – el forense estaba a caballo entre quien había descubierto un enorme misterio para la humanidad y el antropólogo que llevaba dentro. Se alejó sin dejar de hablar por lo bajo, sin duda increíblemente consternado por la noticia.
– Es de locos. – murmuró el subinspector Álvarez – De locos.
Pese a lo horrendo de la situación había algo de fascinante, aquel hombre, Mario, se había comido a sí mismo empezando por el brazo izquierdo, parte del abdomen y una enorme porción del muslo. Había muerto desangrado mientras comía los filetes de su propio cuerpo y lo peor de todo, lo que más se le había quedado grabado en la mente del subinspector, era aquella enorme sonrisa en la cara de Mario, completa y absoluta felicidad por tener el estómago lleno. Al parecer, sí era posible morir de gula...

Fuente: 
https://www.facebook.com/Creepypastasdealexskenedy/?fref=nf 

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