Había un ser extraño en el ropero. Ella lo sabía. Todas las noches lo escuchaba respirar en la oscuridad de su recámara. Su hermana le decía que no se anduviera con cuentos o todos en la escuela sabrían que a Romina le daba miedo dormir sola, lo que a sus escasos seis años le ocasionaría una vergüenza enorme; ese era el motivo por el cual la pequeña tenía que dormir con una almohada sobre ella hasta que la luz del sol entraba por la ventana de su habitación y la claridad del alba espantaba las terribles pesadillas.
Cada mañana, al revisar con la luz del día hasta el último rincón del viejo mueble en el que suponía habitaba un ser malévolo, se percataba de que no había más que ropa, zapatos y juguetes. Sonreía aliviada, pero esa sensación sólo le duraba hasta las primeras horas de la noche, en las que el miedo volvía a convertirla en su presa predilecta.
Noche tras noche la aterrada Romi, como le llamaban sus mayores, temblaba bajo las sábanas hasta que el sueño la cubría con su manto delicado. Rezaba tal como le aconsejaba su madre, mas nada le quitaba la sensación de ser observada por el huésped incómodo que vivía en aquel horrible vejestorio…
En uno de esos ataques de terror nocturno, Romi despertó llorando sin saber por qué. La suerte quiso que esa noche la luna llena luciera sus mejores galas y arrojara su luz blanca y delicada sobre el ropero de aquel dormitorio infantil. La niña sintió miedo en medio de esa penumbra, quiso encender la lámpara pero ésta no emitía resplandor alguno… entonces algo más espantoso sucedió: una de las puertas de aquel mueble comenzó a abrirse lentamente hasta que una fosforescencia extraña comenzó a inundar la habitación.
La pequeña no alcanzó a gritar cuando un ser bajito, anciano y de orejas puntiagudas apareció en medio de aquel círculo luminoso. Él le sonrió, dejando a la vista unos dientes enormes que la hicieron paralizarse de horror. Antes de que su garganta pudiese emitir sonidos para pedir ayuda, algo parecido a un imán la atrajo hacia aquella luz misteriosa. Lo último que alcanzó a escuchar, fue la puerta del ropero cerrándose tras ella.
Después, todo fue oscuridad.
Al día siguiente, la familia supo que Romi había desaparecido. Alarmados, registraron la casa de arriba abajo, pero no pudieron encontrar a Romi. Temiéndose lo peor, los padres decidieron dar parte a la policía, acudieron a todos los hospitales de la ciudad, preguntaron a todos los vecinos por el paradero de la niña, publicaron su fotografía en los principales periódicos del país; sin embargo, nada de eso sirvió para tener noticias de la pequeña.
La familia, deshecha y perdida ya toda esperanza, abandonó la casa algunos años después (la vendieron o alquilaron, nunca se supo a ciencia cierta) y emigró hacia quien sabe dónde. Lo que sigue quizás tenga más de leyenda que de verdad puesto que, desde niño, supe que entre la gente que habitaba ese barrio, corría el rumor de que todos los inquilinos que ocuparon la casa que había sido de aquella familia, juraban escuchar en las noches de luna llena, provenientes de un viejo armario de caoba, los llantos de una niña que suplicaba la dejaran regresar a casa. Finalmente, la vivienda fue abandonada y permaneció deshabitada durante mucho tiempo hasta que hace apenas algunos años, una tarde lluviosa de septiembre para ser exactos, un personaje misterioso emergió de ella…
Muchas décadas después de la “extraña” desaparición de Romi, algunos periódicos dieron cuenta de un nuevo suceso acaecido precisamente en la misma casa: una mujer de edad avanzada había aparecido prácticamente de la nada en esa propiedad. La anciana fue trasladada a un albergue de la beneficencia, pues no se le encontraron familiares, a pesar de haber publicado su fotografía en diferentes medios de comunicación durante varios meses. El diagnóstico: demencia senil.
En ese lugar la conocí. Decía llamarse Romina y durante el tiempo que vivió ahí fue una persona pacífica y taciturna, a excepción de breves lapsos de lucidez en los que me fue narrando algo que parecía ser su historia, una historia por demás increíble e infantil que, sin embargo, he comprobado y reforzado, en parte, con algunos recortes de periódicos antiguos que pude encontrar en la hemeroteca.
Quizás todo sea una coincidencia… Mi profesión y toda mi formación basada netamente en la ciencia médica no dan margen a que crea lo contrario. Por lo tanto, únicamente agregaré que, lo único que me consta, es que Romina (como finalmente aceptamos llamarle) experimentaba un pánico totalmente irracional hacia todo lo que pareciese un armario, asegurando que de él saldría un malvado duende. Tal vez esa fobia de la infancia, jamás superada, la hizo concebir una fábula semejante y, por ello, se inventó toda esta historia, la historia más extraña que en mi vida como médico geriátrico he escuchado y la cual no he podido olvidar con el paso del tiempo, aunque su protagonista yace desde hace algunos meses en una tumba en la que descansa de sus miedos, duendes y fantasmas por toda la eternidad…
No hay comentarios.:
Publicar un comentario